jueves, 31 de enero de 2008

Ahora que me lees..











Once presagios,once desatinos,
tu boca en mis labiostu cuerpo en el mio.
Once verdades,once caricias,
tu pelo en mi ombligo,tu alma sin olvido.
Once despertares,once amaneceres,
deseo y ternura,verdad y cordura.
Once desenfrenos,once silencios,
murmullos que al viento
inundan la voz del desierto.

lunes, 28 de enero de 2008

Un, dos, tres..


Durante ese minuto, en las peluquerías se desrizaron rizos de mujeres a las que ya no mira ningún hombre, se empañaron cristales de habitaciones compartidas, una bicicleta se saltó un semáforo y un niño colgó su balón en el balcón de aquel señor que nunca sale y vive asomado a la ventana y no recuerda el nombre de sus hijos. Durante ese minuto una adolescente suspiraba por su vecino, mientras él agitaba entre sus piernas el cabello de una cajera del Ikea. Un hombre aterrizaba en un aeropuerto donde nadie le esperaba, los mercados coleccionaban tandas y escamas de pescado por el suelo, se removía un café con unos ojos clavados, lágrimas de Soberano, y una cerradura cambiaba de llave y un buzón recuperaba su apellido de soltero. Durante ese minuto se marcaron goles, se arañaron encías con la corteza del pan de un bocadillo, se descontracturaba un corazón anémico de credos y de huídas. Durante ese minuto a la estatua del jardín botánico le crecieron alas en los brazos y patines en línea en los pies, se escapó de la custodia de setos y estertores, se lanzó calle abajo en busca de un puñado de agua con sal donde apagar sus llamas. El metro llegó puntual a la estación, llovió un poco en Calafell y las tumbonas de una playa aceptaban su condena de encierro en un garaje. Y durante ese minuto en mis manos se clavaron alfileres, tecla a tecla, pajar de canas en mi barba de tres días.


Durante ese minuto, una teta se liberaba de la custodia de un sostén, caricias de portal y despedida, mientras unos ojos entreabiertos delimitaban el contorno de otro cuerpo. Una sirena naranja-urgente anunciaba charcos y serrines y cucharas y containeres, unidad de guardia de noche a destiempo, madre desmayada, padre aliviado. Durante ese minuto, una esposa escondió la tarjeta del último ramo de flores, horas extras en la fábrica y en las ganas de olvidarte y una dorada en el horno, que hoy cumplo los cuarenta. Un taxi recogió en el hotel un maletín untado en mermelada, desayuno continental con vistas a una isla, me cago en la hora menos y en el Teide, despecho de mujer, remordimientos. Durante ese minuto un gato murió atropellado, se pintó una zona azul en sus caderas, crecieron gramíneas entre mis dedos y un camello se olvidó de cortar esa dosis, ajuste de cuentas a cambio de un reloj bañado en oro. En la cola del cine, una pareja se dejaba devorar por el silencio, palomitas como excusa, mesa guardada en el restaurante de las buenas vistas, más silencio. Durante ese minuto una piel se recontaba las estrías, pasados mejores, mientras un kleenex se manchaba en un peep show, si estuvieras aquí me ahorraría treinta euros, y además te querría. Una orquesta ensayaba en un sótano, se depilaban ingles y recuerdos, y un monedero de piel de H&M cambiaba de dueño contra la ventana de un autobús 56, vaho en los cristales, su nombre escrito con la punta de los dedos. Y durante ese minuto en mis retinas se vertían unas fotos, me duele tanto porque sigo vivo, y si no vienes tú voy yo a buscarte.


Durante ese minuto, un desconchón en la pared arrojaba el silencio sobre la cama, remera olvidada en el cajón, billete de vuelta. Un vaivén de vientres empañaba la ventana medio abierta de un Skoda, cobijo bajo un árbol detrás del castillo, mataratas en la lengua. Durante ese minuto, la espalda de una camiseta se empapaba de hierba, osa mayor en las retinas, mientras el sueño perdía el norte en un motel a las afueras, ¿dónde demonios estarán las pastillas?. Durante ese minuto, la taquillera del Circo Raluy se dejaba magrear por el trapecista, amor sin red y cuerda floja, te juro que es la primera vez que me pasa, acento italiano. Una acera recibía el impacto de un motorista sin casco, tirón de bolso, 1'2 de tasa en sangre, mientras el respaldo de un banco de la rambla se calmaba los nervios con litronas, palmas por La Chunga, sábado en las venas. Durante ese minuto se quemaron unas fotos, hoguera de piel y nombres falsos, camino de sudor arrepentido. En el reservado de un restaurante, un anillo invitaba al adulterio a una mujer con sobredosis de hiel en los labios, fútbol en la tele, noche en blanco si me prometes un beso de buenos días después de correrte. Durante ese minuto se deshizo un flan entre sus dientes, nata y sirope cura-desengaños, los reyes son los padres, tienes 12 y ya va siendo hora, mientras el minutero del reloj del campanario olvidaba que se puede volar con un paraguas abierto. Y durante ese minuto, en las palmas de mis pies crecieron dólmenes, margarita deshojada, movistar enmudecido, luces fuera.

domingo, 27 de enero de 2008

A la cama


La vela cohibida de versos,o mejor, prostituida en prosa,la magia repleta de esquinas, la paz sedienta de lunas,y la tristeza cargada de vértigo.Madrid vuelve a la cama, terca, grosera, desnuda,
pidiendo besos a cualquier vagabundo preso de la Gran Vía. Fumo en la ventana, veo tu silueta sobre el arrecife.

sábado, 26 de enero de 2008

Volverían a culparse

El día que se vieron por primera vez, él estaba sentado en la terraza del bar donde tomaba su copa cada tarde, a las seis. Ella nunca tomaba ese camino para volver a casa paseando al salir del trabajo, pero aquella tarde cambió la ruta de sus pasos para comprar un libro que le había encargado su amiga en la librería del final de la calle. Al verla pasar él pensó ver un ángel, tan alta, tan rubia, tan blanca, con ese vestido azul de gasa que acariciaba cada curva de su figura. La vió pasar y por primera vez en muchos años se dió cuenta de la luz que había en la calle. Se le paró el pulso y creía no respirar, siempre que recordaba aquel día le ocurría lo mismo. La miró, no podía dejar de observar la calidez de su rostro. Y ella, quizás por instinto, quizás porque así estaba escrito que fuera, giró la cabeza para mirar hacia esa terraza en la que él la observaba como quién avista por primera vez alguna de las siete maravillas, y notó como el rubor subía a sus mejillas, volvió de nuevo la cabeza rápidamente para dejar de mirarlo y para sentir como él seguía haciéndolo, hasta verla entrar en la librería.
Dio varias vueltas entre los libros mientras pensaba en esa mirada, en el hombre de la terraza, pensó en lo absurda que se veía pensando en él y decidió salir sin volver a mirar a
aquel extraño. Compró su encargo, se dispuso a salir y le miró, quizá eso también estaba escrito porque se había propuesto no hacerlo, pero le miró.
Y se sorprendió al encontrar de nuevo su mirada, sintió de nuevo ese rubor y no puedo más que volver rápidamente la esquina que la llevaba a su casa.
Esa noche él no durmió. Revivió cada uno de los pasos de ella, el movimiento de su pelo al volver la cabeza, ese rojo en sus mejillas al sentir de él en la otra acera. Dio música al contoneo de sus caderas al andar e imagino mil veces el tono de su voz. Y se maldijo otras mil veces por no ser capaz de levantarse, por sólo mirarla y no ser el hombre valiente que siempre quiso. Se atormentó cada minuto de aquella larga noche pensando en que ya no volvería a verla, llevaba años sentándose a la misma hora en el bar y era la primera vez que, aquel ángel, como él la veía, pasaba por allí.
La noche para ella se presentó igual de interminable. Cada vez se sentía mas estúpida pensado en aquel hombre. Era sólo alguien que la había mirado, una mirada sin más, sin importancia, seguro que la habían mirado así otras muchas veces. Pero sabía que no era así, nunca una mirada en una calle cualquiera, ahora su calle, le había dado un vuelco en el estómago, nunca antes había dejado de dormir por un extraño, ahora su extraño. Y ella, al igual que él, se atormentó por saberle perdido y por sentirse cobarde, por no cruzar la calle y por no verle nunca más. Al día siguiente él, puntual como siempre, a las seis estaba en su terraza tomando su copa. Aunque ya nada era como siempre, ahora esperaba con ansias verla de nuevo entrar en la calle iluminando cada hueco, cada resquicio. Y a pesar de que durante todo el día ella se había prometido no volver a pasar por esa calle, había decidido que todo era un absurdo y que volvería a su camino de siempre, sin saber como se descubrió de nuevo avanzando por el mismo camino del día anterior. Al verla
pasar él llego a dudar de que fuera cierto, la había imaginado tanta veces durante los últimos diez minutos que llevaba sentado en la terraza, que ahora no lograba saber si era cierta la presencia de su ángel. La miró de la misma forma que el día anterior, y ella justo en el mismo punto giró nuevamente la cabeza para devolverle la mirada, para demostrarse a si misma que no era una tonta, o quizás para demostrarse que si lo era, el caso es que le miró y de nuevo la calle quedó vacía para ellos. Caminó hasta la librería y entró, no podía creer que estuviera haciendo aquello, había entrado sólo para tener la oportunidad de volver a verle al salir, y así lo hizo, repitiendo cada uno de los pasos que había marcado aquella tarde, volviendo a cruzar esa esquina que la llevaba de vuelta a su casa. De nuevo habían vuelto a ser unos cobardes, ella había vuelto a no cruzar la calle hacía la terraza y él de nuevo había dejado de ser el valiente que siempre había soñado.
Y la noche se les hizo a ambos tan larga como la anterior. Volvían a culparse, volvían a soñarse, ella se prometía no volver a pasar más por su calle, y él se juraba una vez más que no dejaría que aquella rubia se quedara en poco más que una mirada angelical y un tormento para sus noches. Y para asombro de ella, a la salida del trabajo sin saber como, ya dije que quizás estaba escrito que así fuera, volvió a repetir ese camino que la atraía sin remedio a la misma calle y a los mismos ojos. Y allí estaba esa mirada esperándola de nuevo, la misma mirada cobarde que la dejó pasar de nuevo hacía la librería, que la dejó de nuevo entrar en ella y que de nuevo la dejó volver a cr
uzar la esquina de vuelta a su casa sin sacar las fuerzas necesarias para acercarse hasta ella y decirle que llevaba dos noches sin dormir pensando en la suavidad de su piel, en el tono de su voz, en ser el dueño del movimiento de sus rizos... de nuevo él la de dejo marchar. Pero sorprendentemente, todas las historias de amor tiene su sorpresa, a pesar de ver de nuevo como él se limitaba a dejarla pasar dedicándole no más que sus miradas, ella decidió en aquel mismo instante que pasaría cada día frente a él, que conseguiría que su extraño venciera sus miedos y cruzará la carretera que separaba sus aceras, ese pequeño espacio negro que separaba sus vidas. Y así fue como día tras días, como tarde tras tarde a las seis repetían la misma escena. Jamás ninguno de los dos faltó a su cita, siempre puntuales, siempre a la espera de su momento.
Poco a poco y quizás de manera inconsciente ella dejó de planear nada que pudiera entorpecer su paseo de las seis de la tarde por su calle. Se levantaba esperando ese momento del día, se arreglaba sólo para los ojos de su extraño, se peinaba sus rizos solo para él, y cuando compraba alguna prenda nueva no tardaba en estrenarla para saber si era del gusto de su extraño, había aprendido a ver en su mirada la palabras que nunca se decían, y así sin hablar él le contaba lo bella que la veía, lo bonita que lucía con su prenda nueva, cuanto podía llegar a brillar en cada uno de sus paseos.
Y así se fueron me
tiendo uno en la vida del otro. Cada noche él la soñaba entre sus brazos vibrando al hacerle el amor, la imaginaba paseando desnuda por su habitación buscando el último libro que había comprado en aquella librería del final de la calle... cuántas veces se vio tumbado en su vientre mientras ella perdía los dedos en su pelo. Y ella lo hizo tan suyo que cada noche lo invitaba a su cama, no hubo noche en la que el no durmiera abrazado a aquella rubia, aquella que supo hacer real la sensación de sentirle respirar tras de ella mientras la abrazaba al dormir. Ninguno de los dos pedía más. Ella ya no quería hacerle vencer sus miedos, ya no quería que cruzará la calle; y él ya no se sentía un cobarde porque la sabía suya de alguna manera, de aquella manera en la que sólo ellos dos sabían amarse.
Quizá, como dijo alguien alguna vez, el virus del miedo se apoderó de ellos y por miedo a que aquello pudiera romperse, por miedo a que la realidad no llegará a la altura de aquellos sueños creados por dos extraños que juegan a mirarse, nunca cruzaron aquella calle que los separaba, nunca se hablaron, jamás se tocaron. Y quizás no necesitaron más.
Ella se casó, tuvo dos hijos y un marido maravilloso al que jamás amo como a su extraño.
Él siguió los mismo pasos, se casó con la hermana de su mejor amigo, aquella pequeña que siempre lo adoró y que lo amó desde que tuvo uso de razón. La hizo feliz, le dio tres hijos, pero no la amo. Y a las seis en punto de cada tarde encontraban la vacuna de sus males, la mirada que los salvaba del naufragio. A las seis en punto de cada uno de los días de sus vidas seguía repitiéndose el mismo esce
nario, en el que ellos actores de su historia se encontraban para mirarse y contarse como había ido el día. Y fue aquella, la tarde de su muerte, la única en la que ella faltó a su cita. Y él no lloró, ni una sola lágrima dejo caer, fue una sonrisa la que adorno su rostro. Fue aquella tarde en la que decidió vencer el virus del miedo. Fue aquella tarde en la que decidió que se iba con ella, con su ángel, con su rubia. Fue aquella tarde en la que decidió que era el momento de pasar toda una eternidad a su lado. Dicen que los días de mucho sol, los días en los que toda la calle queda iluminada, hay quien ha visto a una rubia de cabellos alborotados y de vestido azul paseando de la mano de un joven moreno. Quien sabe si decidieron pasar toda la eternidad en su calle, a mi siempre me ha gustado pensar que son ellos.

No hay historia capaz de soltar la risa que llevamos dentro. Salud Guerrillera, en esto días de vino y rosas.

viernes, 25 de enero de 2008

Tiempo de espera


Manos efímeras aprietan
el más sutil de los encuentros.
Rostros nublados, casi opacos
entrecruzan las vidas ajenas.
¿Qué porvenir nos espera?.

Lazos al viento
queriendo ser trenzados,
banderas, escudos, panfletos,
bombardeando el bosque।
¿No se respira mejor en el tacto?

domingo, 20 de enero de 2008

Aquel...














sábado, 19 de enero de 2008

El abrazo de las farolas


Andaba saboreando una onza de chocolate, de ese negro que tanto nos gusta, el que compartimos frente a una chimenea encendida. Y mientras se fundía en mi boca, no he podido evitarlo: su sabor, su aroma me han transportado a aquel pueblo situado a espaldas del gran pico nevado, a esos días de febrero repletos de intimidad, niebla densa y música, perdidos del mundo en una casita en mitad de la sierra, con bosques de pinos y el mar al fondo. Y aspiro… y parece que te estoy oliendo a ti, que vuelvo a estremecerme con tu cálido abrazo, con la ternura de tus caricias al anochecer. Cierro los ojos, y en mi recuerdo sigues en la penumbra de aquel salón, con jazz de fondo, azuzando la lumbre para que no se apague, alimentando mi deseo para que no se extinga (como si éste pudiera quedar reducido a cenizas alguna vez..) Y en estos momentos no se me ocurre más que compararte con un cremoso café, con una tardía mañana de domingo entre las sábanas; eres como este chocolate, dulce, aromático, intenso, penetrante.., con esa pizquita de amargo que despierta mis ganas de ti.

Las baladas de Coltrane me hacen rescatar tus ojos de la maltrecha gaveta de mi memoria, su color encendido de arcilla mojada. Y nos vuelvo a ver, frente a frente, parados en la calle en mitad de una noche lluviosa, mirándonos intensamente y en silencio durante ese minuto en que mi pulso dejó de ser. Si te hubiera besado hubiese sido memorable, lo sé, pero no quería interrumpir la conversación silenciosa en la que me regalaste el Universo con tu mirada. Tú, yo y una lluvia fina que hacía resplandecer en los charcos el reflejo de las farolas. ¿Podía pedir algo más? Creo que no. Me hubiera quedado toda la vida allí, mirándote, si no fuera porque una voz nos sacó de aquel instante mágico en el que todo nuestro alrededor se esfumó. Porque no existía nada más que tus ojos, plagados de interrogantes, mirándome de aquella manera. Y tú, que sigues creyendo que no tienes nada que poder ofrecerme..

Creo que ya me cansé de jugar a no quererte.

domingo, 13 de enero de 2008

Se nos fue el genio...




NOCTURNO
A Ángel González

Aplauden los semáforos más libres de la noche,
mientras corren cien motos y los frenos del coche
trabajan sin enfado. Es la noche más plena.
Ninguna cosa viva merece su condena.
Corazones y lobos. De pronto se ilumina
en su sillín con prisas la línea femenina
de un muslo. Las aceras, sin discreción ninguna,
persiguen ese muslo más blanco que la luna.
Pasan mil diez parejas derechas a la cama
para pagar el plazo de la primera llama
y firmar en las sábanas los consorcios más bellos.
Ellas van apoyadas en los hombros de ellos.
Una federación de extraños personajes,
minifaldas de cuero, chaquetas con herrajes
y el hablador sonámbulo que va consigo mismo,
la sombra solitaria volviendo del abismo.
Luces almacenadas, que brotan de los bares,
como hiedras contratan las perpendiculares
fachadas de cristal. Hay letreros que guiñan,
altavoces histéricos y cuerpos que se apiñan.
El día es impensable, no tiene voz ni voto
mientras tiemble en la calle el faro de una moto,
la carcajada blanca, los besos, la melena
que el viento negro mueve, esparce y desordena.
Yo voy pensando en ti, buscando las palabras.
Llego a tu casa, llamo, te pido que me abras.
La ciudad de las cuatro tiene pasos de alcohólica
Desde el balcón la veo y como tú, bucólica
geometría perfecta, se desnuda conmigo.
Agradezco su vida, me acerco, te lo digo,
y abrazados seguimos cuando un alba rayada
se desploma en la espalda violeta de Granada".

Luis García Montero.



Y por último esta delicia del genio:

"Para que yo me llame Ángel González, para que mi ser pese sobre el suelo, fue necesario un ancho espacio y un largo tiempo: hombres de todo mar y toda tierra, fértiles vientres de mujer, y cuerpos y más cuerpos, fundiéndose incesantes en otro cuerpo nuevo."


D.E.P

martes, 8 de enero de 2008

Porque tu me invitastes.

Porque te quieren, porque son las madres del mundo. Porque sin sus besos este atardecer lo pintarían aquellas urracas. Porque sus curvas deambulan entres nuestras rectas perdidas. Porque su triángulo mágico guarda tantos códigos da vinci. Porque el de las Bermudas dentro del suyo, es la uña sucia de alguna sueca. Porque sus manos mecen el mundo. Por su imán que aniquila cualquier radio de acción. Por sus bordes formas que desenredan este ovillo de vida. Porque ellas lo valen. Porque nosotros somos más demonios, por sus dulces síes, porque ellas mezclan mejor las fichas. Porque sus divinas comedias son nanas si te las susurran muy cerca del oído, poniéndonos la gallina más arriba que la propia piel. Porque ellas nos quieren, a ti, a mí e incluso a él, como en las canciones. Porque siguen siendo más bellas aún siendo Enero. Porque traen la primavera cuando les da la gana. Por ir mano a mano del sueño a la vigilia. Por luchar codo con codo contra la sinrazón, contra la violación de cualquier sano sueño. Por dudar de nuestras dudas cuando dudamos sí o no de nosotros mismos. Porque ellas, son así, eternas, dulces, jodidas y radiantemente bellas, maravillas andantes que riegan con sus caderas la ilusión de cada loco, porque desentierran el hacha de guerra, porque convierten lo banal en divino, sin hacer caso a esos dioses que no creen en nada. Porque sus luces y sombras dieron rienda suelta a tu paleta de colores. Porque mi vida, sin ella no tiene integral ni derivada posible. Porque la quiero aunque su nombre no contengan todas las letras del diccionario. Porque de pensarla aquí cerca, muy cerca, me bailan solas las piernas. Porque el encanto de esta maravilla es terrenal. Porque así nadie lo decidió. Porque con ellas no hay camino sino estelas en el mar. Porque sus labios valen más que todo el oro del Perú. Porque, joder, si no Sabina no sonaría en mi maltrecho tocata en esas tardes de espanto. Porque Silvio ni existiría. Porque también son nuestras madres las de mayo. Porque cosieron con sus lágrimas la bandera de la Libertad. Porque España, Francia, Dinamarca, Suecia, Inglaterra, Argentina, Polonía, Mamá África, Serbia, Malta, Italia, la tata Asia, Irán, La India, aquella América no serían tan femeninas y dicharacheras. Porque faltan tantos por qué(s), que ni la “qu” (^q^) con su vecina la “e” acentuada pueden mentir. Porque son nuestra única riqueza, la única.Y porque si no es así, nadie va a poder inventar lo contrario.menos comprobarlo empíricamente. Porque las amamos así, con o sin ropa, con sal y pimienta, con todo lo que nos falta y sobra, con aquella brisa, con la fuerza que rezuman de estas letras acaloradas, desordenadas, y tan necesarias y llenas de espuma para el enamorado. Porque si no, no me hallaría tan suburbial y desistiría en esta complicada escaramuza en intentar justificar este vicio caro, este “belle epoque” que tan bien iluminastes.Porque con ella, la única manta que necesito es un cielo rasgado de estrellas, de mil atardeceres que terminan en ti. Porque así de sencilla y bonita es la vida de las margaritas.


Espero que con esto no haya quedado por los suelos en mi primer MEME. Un saludo, y estrecho intercambio de letras que de por sí solas, no saben a nada. Ya sabes, hay muchos porques.
Un privilegio!

sábado, 5 de enero de 2008



No eres tú,
es el destornillado cotidiano azar,
la puerta del delirio, la fangosa realidad,
los narcos, la inflación, la solución impar,
los dioses apagados, la fantasía incapaz,
Berlín, Fidel, el Papa, Gorbachov y Alá.
No eres tú, mi amor...
No eres tú,
son estos días de mierda que también se irán,
son Lennon y Guevara que no quieren regresar,
latinos divididos sin América;
soy yo, que no me curo de quererte más,
es por los pasaportes y la enemistad.
No es por ti, mi amor...

No eres tú,
es tanta democracia para no creer,
es la canción de Silvio y la crisis de fe,
es la sabiduría de desaprender,
es Panamá sin guía, agradeciendo a Bush, es un amor por Cuba,
es socorrer la luz,
es como cuando faltas, cuando faltas tú.
No eres tú, mi amor...

No eres tú,
no eres lo que esta noche me costó inventar,
es falta de marcianos, es por mi aterrizar;
es que me falta cuento en esta capital:
se amarga hasta el romance y la anarquía crece más;
es cuerda que se oxida en esta vena de pensar,
es musa mal parida, es que no sé ni qué cantar,
No eres tú, mi amor...
No eres tú...
¡Son los demás!

Canción de Santi Feliu, "Mi mujer está muy sensible"