domingo, 10 de abril de 2011

Cae la tarde


Cae la tarde. Te espero impaciente. No es ninguna novedad. El sol desmonta la cama y el cuaderno suda de la emoción. O de los nervios quién sabe. Las sábanas vuelan por la habitación adictas a tus maneras. Recuerdan las huellas de una noche mojada por los sueños de siempre que todavía hoy ocupan la cartelera de estrenos de la semana. La gente ya habla de taquillazo. Siempre es todavía en esta casa. El reggaeaton se confude con un programa nocturno de deportes. Baja el volumen, acércate, media vuelta y ... El reloj-despertador, algo adelantado habla. 3.00 a.m. Tu espalda, desnuda y eléctrica me devuelve al camino. Los pies, danza prohibida en silencio. Las manos, siempre abrazadas, despistan a los únicos pájaros que saben cuándo amanece. Tu ríes, disfruto y silbo en la escalera, al sur de tu ombligo, allá dónde se cruzan los caminos...

La ventana de la habitación siempre estuvo abierta aunque de primeras se viera el cartel del cementerio. No tiene nada que ver. Algo más a la derecha se encuentra la Cuesta de las Garrapatas. La que acaba en unos cielos que invitan a perderse entre horizontes de acuarela, alarmados por el coral y el color de la alegría. Buen sitio dónde aparcar la brújula absurda de la prisa, la que tanto nos aleja de la Utopía. Imprescindible estar enamorado para andar por ella. Aviso. Existe un detector camuflado entre las figuras de tetris que separan la calzada del carril bici. Desconozco a qué castigo someten a los solitarios que lo intentan. No entiendan esto como un prospecto pero más vale avisar. La pendiente lo exige. En esta calle los perros se sienten orgullosos de sus compañeros de viaje. A veces Cleopatra me lo demuestra . Me riza los cordones de las zapatillas. Se siente como Romario y regatea los pasos que tú y yo vamos trazando. Gime tímida, revolotea entre los bancos de piedra. Es una manera bastante poética de sonreir. Es una de esas compañeras inconfesables. Siempre trae buenos consejos con los que llegar a fin de mes un poco más suelto, buena estratega, me asesora para conquistar a su dueña, compañera de siestas entre poetas malditos y puertas entornadas. Y tan agradecida siempre.

Cae la tarde. Cleo avisa. Los cielos de Salamanca desconocen la próxima huída. El abrigo encuentra sitio en el armario. El cepillo de dientes planea nueva pasta. Cleo me pide audiencia, y la Cuesta nos espera.

Nos ocupamos del mar, y ella mientras riega lo escondido.
Guau, palabra de amigo, amiga.

miércoles, 6 de abril de 2011

Las calles están ardiendo

Y de nuevo en primavera. Se desnudan las calles, los naranjos comienzan a contar verdades, el barrio se llena de escotes,la gente se resiste a cruzar los portales. Se intesifica el tráfico en el Parque del Oeste de intrépidos carricoches, de motos a pedales capitaneadas por enanos adictos a los colores de abril. La cerveza comienza a ver la luz en los jardines de la Facultad, el Club Rabat conserva la flor del mediodía, a los apuntes se le olvidan los borrones, incluso se divisan ciertos plannig de exámenes a la vista, las uñas de las manos pierden enteros, los libros de Derecho se amontonan en el escritorio junto con los de Historia pero no tapan, jamás, esa foto con la que tu pelo desataba el viento ... y mis días crecen a la velocidad de tu sonrisa.
Abril siempre supo a esperanza. Creo que es el único mes que necesito esperar con bendita ansiedad. Cada abril es una bocanada de ilusiones, de rabia precisa para compartir sueños. Esa sensación de ver el borde, la orilla, la esquina de algo bueno que vendrá. Quizá porque sea la antesala del verano o simplemente porque sea abril, no hay más. Es isla perdida para optimistas y pesimistas, sólo hay que mirar los periódicos, verle la cara a Rajoy o Zp, a la tribu del FMI, o a los canallas de TeleMadrid, no hay más.


El frío ya no golpea en la noche pero el semáforo en ámbar me recuerda que todavía, incluso en abril, Marc, mi vecino, hace la ronda por los supermercados de Chamberí para ver si pilla algo caducado. Compra pan de dos días por 10 centimos porque invierte sus ahorros en suelas de zapato, experto en las colas del INEM, y en detectar a mil kilómetros la misma invitación: "Deje aquí su curriculim, ya le llamaremos". Patrick sigue sin vender una "Farola" pero su sonrisa abre todas las mañana la calle Gaztambide, y hoy no estrenará ropa. Abril también tiene sombras. Y hay que aprender de ellas mientras tarareo la lista de sueños por cumplir. Y por aquí, se huele a ti, no hay más.