lunes, 23 de enero de 2012

Ropa tendida




Entró en la habitación y la vida quedó intacta, en silencio, tendida encima de la mesa. Los recuerdos andaban esparcidos con un ritmo desconocido que mezclaba el olvido con las heridas. Heridas que me convertían en héroe de una batalla indemostrable. La sal de los recuerdos no cicatriza. La estantería pintaba historias distintas según la madrugada. Habían noches que acercaban trenes repletos de nieve, vagones con polizones y espías rusos, caras de miedo, música country; sueños y horizontes sin apenas equipaje con unas monedas dibujadas en los bolsillos... En otras, los viejos indios danzaban entre los dioses implorando lluvia para la reserva.Ya  las últimas lunas borraban las letras, los colores, la alegría de aquellos libros que cambiaban de lugar o acaso de vida. Las novelas siguen apiladas con algo más de polvo, no lloran y no te olvidan porque saben que las echas de menos. Andan a la espera de tus manos, tan sólo tu podrías utilizar la escalera.

La habitación estaba cansada. Al igual que los ojos que se reflejan en el espejo. Son tiempos complicados para bailar y apostar pero no queda otra. Quizá aventurarse a liberar los sentidos o maldecir el vértigo que la ciudad asoma, puede que  sirva de coartada y  se dibuje un atardecer distinto. Hay también miradas que duelen, que nos duelen en sitios donde ningún mapa pueda localizar. Por el barrio encuentro vidas que ya he leído. Y es una  mirada con una mano extendida que lucha contra la perra vida, la que te parte por dentro, te quita el aliento y te enseña lo que todavía no habías aprendido. Ya no hizo falta enchufar el telediario, leer el periódico o estudiarme los consejos de mi viejo profesor. Quedan miradas que lo llenan todo, ni siquiera una buena novela puede desvelar el enigma de unos ojos enfrentados por una casualidad.

Subí las escaleras con las palabras de aquel joven. Al menos le robé una sonrisa, puede que fuera lo mejor que me llevaría  a casa en meses. Construí un pájaro de papel con las palabras más bondadosas que pude imaginar, dibujé barcos y aviones de última generación. La ventana seguía abierta, y se esfumó junto a los pájaros que vivían en mi cabeza. Al final de la tarde no tenía claro si todas esas palabras iban para el jóven o si mis quimeras volaban junto aquel pájaro. La habitación también duerme.

La vida seguía tendida. Observo a la gente del barrio, leo el mundo a través de sus miradas. Pocos reparan en los claveles que se descuelgan de los balcones, en los escaparates de los kioskos.  Eso claveles saludan al nuevo día porque alguién silenciosamente los riega. Éstas son las únicas señales de tráfico que importan. De idiotas es plegar los ojos ante la belleza de los cotidiano o esconder la rabia contra la injusticia.  Pocos barren el portal y reciclan lo que esconden sus recogedores, pocos cruzan un saludo de buenos días para comprobar si la maruja del segundo lo lleva de postizo. En sus vidas pasa lo mismo. Desayuno en un bar, comparto tostada y aceite con los abuelos que no tengo en la ciudad. Hablan, discuten entre carajillos, se enzarzan contra Mourinho,comparten miradas... comparten. Quizá sea un objeto extraño en su rutina diaria pero cuando departimos siento cómo recuestan su cabeza sobre el hombro, y comienzan las preguntas, a veces les falta darme un caramelo. Cuando hablo siento que me toman la lección. La gente que no se hace  preguntas muere cada día un poco más. La gente que no vibra, no se contradice, que no se desnuda no me interesa. Hay gente que se besa frente al espejo y no se reconoce a pesar de que lleve el smartphone repleto de semidesnudos. Y ésa es la misma que se consume lentamente... y nunca podrá dejar huella. Los domingos los únicos ríos que cruzan la calle vienen de la orina del malvado, del asesino de las letras, de jóven aprendiz de la nada que todavía no puede contar algo interesante que le cierre la boca. Me molesta el olor. Todos alguna vez hicimos algo parecido. Y sólo se puede caminar si hemos aprendido lo que nos llevó a errar. Perdonar jamás puede ser divino.

Salí del bar y me encontré con una pareja de ancianos. Andaban discutiendo pero sus manos entrelazadas se aferraban a la vida con la firmeza del bastón de mando, de un general imaginario que se aferra al poder. Él suspiraba mientras ella refunfuñaba con cierto desdén y le leía las tablas de Moisés con una estridencia inusitada. El hombre se frenó, unos segundos de mirada estatua, y le clavó un beso. La señora le contestó que siempre las discusiones terminaban así... Estaba seguro que se juró así mismo que sería el Clark Gable de su propia vida. Quién no soñó con que  cualquier guerra terminara con una flor clavada en el cañón.

La vida seguía tendida, y ya no goteaba. Me recordó a un beso con arena que el tiempo retrató en la piel de la memoria. Hay fotos que abrigan como el sol en la noche más fría. Y sé que todavía es real porque si cierro los ojos lo podría repetir. Sé que andas cerca porque escribo mientras el viento y la distancia ordena lo demás. Y no eres un recuerdo ni estas cerca del olvido. La foto estaba en una caja de madera. Se le puede robar a la tragedia una sonrisa, y eso jamás impedirá amar, amar  sin más ley que la del deseo y alejando la carga de los buques perdidos sin olvidar quién rescata lo vivido. Se mira al mar porque en Madrid yo puedo ver el mar. Sigue aquí enfrente, cerca de una luna dividida, pendiente del baile de unas cortinas al igual que mis caderas. Las sábanas están sin estrenar, los pies limpios a pesar del camino, los dientes cepillados. La mochila llena de libros. Recojo  hojas secas cuando paseo para poder  pintarlas, y compro  postales y tengo apalabrado con mis ganas un par de destinos. Uno vive en los lugares donde ama. Y amar jamás se podrá conjugar en pasado. Todo era de los otros o de nadie, eso era antes.Hay miradas que adivinan, silencios que desvelan, calles que te envidian y abrazos que regresan. Olvídate del mapa pero no te olvides del tesoro. Y sé que vendrás, y créeme, no me importa cuándo.