viernes, 7 de octubre de 2011

Memoria de rayuela



Pensaba que era Septiembre.Todos en las calles se pierden. Planes distintos. Diferentes caminos, esquinas parecidas.Un café con los amigos, dos viajes a la librería para robar el nuevo de Houellebecq, portales repletos de botellas maltratadas, publicidad sin corazón de restaurantes a los que nunca iremos. Siempre nos gusto comernos en casa. Madrugo y pego tu fotografiá en la mesilla. La noche despista al despertador, el traqueteo de mi almohada desgastó el pegamento y se deslizó entre mi espalda, esos ojos quedan intactos. Lo que tu me has dado vale más de lo que puedo pagar, y no me importan lo que digan, creo en ti. Eso es lo único que llevo en la cartera.  Disfruto al ver a esas mujeres sin edad, sus caras son mapas en el tiempo, pintadas hasta la patilla, regalan un saludo donde antes daban un caramelo de café. Sus carteras son distintas, más pequeñas, ciertamente desgastadas y no porque conserven el regalo de cumpleaños de los nietos. La gente respira diferente, adivinas entre el parpadeo de una ciudad el lenguaje mudo que no se aprende en los colegios siquiera  en la guardería. La gente suda de manera distinta, el euro es distinto aunque sea la maldita misma moneda de color plata que mis primos siguen poniendo en las vías del tren. Resulta que las monedas de 20 duros resistían en silencio los envites de los trenes de mercancías, primeros nuevos media distancia que te acercaban a Madrid en pesetas. Los abrazos, los besos sin caras,  la felicidad de muchas personas andan perdidas en cuentas absurdas donde los números coloreados en rojos sobre papeles salmón, lo manejan todo. Embusteros que reparten una tarta podrida entre desahucios, platos sin comida, bocadillos sin sentimientos, portadas repletas de miserables que toman el mañana como un sudoku de mil cabezas. A pesar de esta tormenta, nos queda todo lo demás.

Hay algo que no cambia, prefiero sentarme frente  a un grupo de enanos a pesar de que el mundo apple, y los nuevos tamagochis pinten en el asfalto aquellos cuadrados de números, esas rayuelas interminables y distintas. Aquellas que alegraban el patio del colegio, nunca se olvidan. Las prefiero  antes que fumarme un bar entre camaradas que se parten el pecho en una partida de dominó.  Prefiero jugar con las piedras, desear que le toque par a la chica que te gusta, te coja el hombro y descanse en el último salto frente a ti. Así las malditas mariposas quizá puedan críar.

Todo es distinto, todos es lo mismo. Las esquinas guardan algo  más que una historia;  los besos son los mismos si cierras los ojos. Los portales siguen teniendo fonoporta. El viento sopla. La cámara reflex revela tus  fotografiás. No pido más de lo que me das. Si escribo tu nombre en un árbol es porque algún día serás libro. Empiezo a montar la estantería.


jueves, 29 de septiembre de 2011

Ventanas


Me escribes amor, cojo un avión, maldigo a la desmedida realidad  de septiembre por verte. El día  miente desde el espejo del coche, las ganas se refugian en gotas de lluvias que pronto abrigarán tu ventana. Conversaciones como luces intermitentes, brisas acariciando tu pelo, huellas que no son el destino pero que stán escritos encima de nosotros, bailo sobre tus huellas.

Sé que tus palabras con la distancia no poseen este tono lujurioso que traducen tus ojos cuando a los dos sólo nos separa un suspiro, que los aires perdidos de tu pelo guardan espacio infinito para mi abrazo, besos de sótano sin luz donde me esperas sin que nadie nos espere. Por fin mañana cuando se despierte el día entre  tu "puedes pasar" a medias y lágrimas sacadas de contexto sentirás las flores golpeando tu pecho, se descifrará el crucigrama que las calles tejieron, se abrirá el abanico al igual que el amor que llevamos en la boca. Este tipo de historia pierden valor cuando se cuentan con palabras. Así tendrá que ser, bajo la llave secreta de las miradas, las manos intensas del deseo, lunas al fondo de tu falda.

Pero también sabemos que sería una mentira olvidar esas palabras desnudas, inventar su cadaver en el bar de la esquina, desprender pétalo a pétalo los besos que vendrán, pronto y que alegrarán la cama, la casa vacía, las canciones que se escriben a oscuras entre jadeos, suspiros, temblores.

Vengo sin idioma, sin palabras voy hacia tus esquinas. No se me ocurre decir nada pero supongo que hablaremos desnudos sobre esto, algo después ,quitándole importancia, ojos cerrados en un abrazo. Tus manos y las mías, y las dudas se irán con el desayuno.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Invisibles

A Cristina.

Pasamos de largo  incluso de nuestras propias vidas, no es sólo un error. Quizá sea una pequeña condena invisible para ser feliz. Un día, perdido, certero, olvidado, un día cualquiera qué mas da, bajas las escaleras de siempre, ciego al trabajo, con retraso a la universidad, sin almuerzo a la guardería, maldices las noticias o apuras 10 minutos en la cama. Y así hasta que de repente, te topas con tu propia sombra. Miramos sin ver, pisamos sin sentir, contamos los besos que deseamos dar, escribimos lo que no queremos escuchar.  Incapaces de sacar las lágrimas de colores que viven adentro. Necesarias que te abren la sonrisa, que crecen, crecen porque es lo único verdadero que probaremos.Y es cuando despierto a pesar de tener la cara limpia, el traje planchado, la barba controlada y te vienes abajo, fijas la mirada, te pierdes en el horizonte y te inunda la tristeza. Tristeza convertible, transformable, reciclable gracias a ti,  y a ti, versos sueltos de una tribu indemostrable, amigos de tragos, noches azules, días grises, las únicas fronteras necesarias de sentimientos limpios, palabras precisas, canciones inolvidables, abrazos que duran toda una vida.

No hay despertar sin riesgo, y nuestra cobardía a la hora de afrontar páginas que no saben a hierba nos separan de nosotros mismo. Como una fuerza impresentable, latente, nos cuesta horrores localizarla, despreciarla y subirle la falda. Algo que nos despista, y nos separa, y nos arrastra a olvidar los geranios que vuelan a  nuestras espaldas, pensar sin artificios.. Mano hermana open24hours, cable a tierra,  flores diminutas de la vida, tabla de multiplicar que convierte el deseo en realidad.

Baja la marea, sube la marea, saltas la valla, abres los ojos.  Se descubre lo que importa, lo que te quema, lo que  arde. Mujeres, hombres, detalles, pasiones que te hacen único, eterno. Y cuando llega ese momento, aprendes que el único ingrediente necesario es la humildad. Serás feliz como desees, no sólo porque lo improbable te persiga. Lo hicieron porque sabían que no era imposible.

lunes, 29 de agosto de 2011

El balcón

Arden los teléfonos, los balcones del barrio están cansado pero en los mapas que dejaron encima de la mesa se guarda el tesoro, y unas estrellas secretas que pocos conocen. Verano: rachas que quieren volar,  breve susurro al final de la calle. Los enanos de siempre rompen las pequeñas ventas de la oficina de Correos como se ha hecho toda la vida.  El bar de la esquina sigue como siempre, el menú no se cambia, no admiten sugerencias; las litronas en tiempos de sequía se beben de manera distinta, y ya poco importa que sean para desayuno o para cerrar una noche aunque la tribu sienta que el tiempo no existe. Existe un joven apuesto, asomado a la ventana. Recuerda la triste coincidencia de sentir el invierno más oscuro en pleno Julio.  Como el caballero que duerme con  una espada inservible, y se asusta sólo de pensar en cómo librar la batalla diaria de pisar aquellas calles sin el perfume de la dama que vivía en su mirada. Al menos ésa era la película que se rodaba en mi cabeza  cada vez que volvía de comprar alegría en el barrio del al lado. Él siempre fumaba, incluso las últimas veces hasta saludaba descuidando la ceniza, lo que cabreaba a mi perro. Siempre vestía con camisas, descuidado pero elegante. Y supongo que las camisas eran caras. Creo que nunca intenté calcular  cuánto fumaba pero era una locomotora andante a pesar de que siempre estaba clavado en el balcón. Con el tiempo me enteré que pasaba el día enganchado del balcón, no exáctamente. Enganchado a su chica más bien, por eso tenía esa querencia indiscreta a esa ventana. Regaba unas flores que tan sólo él veía, y era feliz. A su chica nunca la ví, siempre tuve claro que sería hermosa y con vestidos radiantes y de encaje, y con una de aquellas  melenas que airean cualquier sombra.
En un día cualquiera, día igual para los de la tribu del bar de la esquina, día distinto para el joven. La senda de nuestros pasos se cruzó en la librería. Aquello era un desierto. Nos saludamos, y me recomendó el libro sobre el que escribo. Nos hicimos confidentes de amoríos, desvaríos y cosas de poca monta entre cafés y largos cigarros que sabían a perros muertos. Eran muy baratos, las conversaciones valían mucho dinero. La librería era un oasis, al final de la tarde.  Y lo que pensaba sobre él era lo acertado. Jamás conocí a nadie que tuviera tan claro lo que sentía, por eso lo defendía hasta cuando las olas de los días se revolvían en su contra, y las mareas del tiempo lo alejaban del camino. Yo no sabía, y él me lo enseñó,  en la huída siempre encontramos el camino de regreso. Ésa era la lección que necesitaba. Su chica vino de no sé muy bien dónde. Él abandonaría el balcón, ahora la terraza del bar de las esquina era suya, y de la chica radiante de vestidos de encaje.Pensé mucho en lo que me enseñó aquel chico. Ella, mi chica, está a mi lado, paseo con esta sonrisa por las arenas de unos días que no se olvidan, que laten tan cerca que no distingo aquellas malditas calles en las que perdía la cabeza por su amor. Creo que jamás tuve nada tan claro. Aquí sigo entre letras que cuestan que encajen, en tus playas donde todo es posible. Tomate. Si algún día muero, llenadme el balcón de flores.

sábado, 28 de mayo de 2011

Las horas


Las horas revolotean encima de la mesa. Amancecen así, esparcidas entre lapiceros y carboncillos absurdos de un pintor que se despista en cada cuadro, vacila en las acuarelas del olvido, se deshace en los pasteles de tu ombligo.Cerca, esqueletos difusos que la noche riega con con las gotas incansables de sus sombras.Una perezosas hormigas moran las esquinas, algunas se atreven a ralentizar el tocata donde Lennon siembra tempestades. Así se traman los días . Horas que nacen de una verdad absoluta anestesiada por una duda, o por miles distintas y brotan de la misma caricia aunque el paisaje torne desnudez, aquel árbol ha crecido, atiende que aquí están mis cerezas. Desnudos de champagne que en mi copa te vas llevando, siento cómo agujerea la bilis del sueño invisible, el mismo que se postra debajo de la cama sin salida de emergencia y con leve escape de gas; polvo rasgado en las vestiduras venideras, días extraños, cuerpos clandestinos que se pierden como el agua sucia que corre por la calle cuando la vieja limpiaba el portal. Las burbujas desatan las horas de la ira, las fotografía se rompen, quedan los rostros, los vivos colores del revelado, mis manos humedecen, la reflex sigue encerrada en el cajón imposible . Son aquellas horas perversas la que gravitan en este colchón, tus arañazos los escribo en hielo, y la botella de ginebra ya no se asusta. Aunque suena a la canción, no sé prefiero días iguales o días distintos. Sírvete otra, no queda nada más en este cementerio.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Noche de noctiluca















El antro de siempre. La hora de entonces. La lluvia de aquel día. Una ciudad desconocida desplegaba los aires difíciles de unos meses despistados, y estiraba la noche pendiente de un pies descalzos que no paraban de bailar. Los relojes ya no sirven para nada. Puede que fuera viernes, sábado o un diá de la semana que acababa de aprender. Quizá tenga la culpa la maestra del parvulario, nunca nos habló de la huella peligrosa de los sueños. Las escaleras desvelarían el secreto, al fondo el salón de los espejos. Las mismas caras, la barra del bar, estúpida y triste. Mi segunda ginebra reconoció que algo pasaría. Allí se daban rostros imposibles, verdades a medias, se imaginaban los primeros besos. Ella no aparecía, y yo no sabía que la esperaba.
La noche seguía con sus curvas, y la música seguía siendo la de entonces, tediosa entre sus dunas. Unas piernas se asoman a la pista, despistadas con corte de servicio a sus espaldas, dos mujeres a sueldo estiraban su pelo. Un oasis delicado con palmerita. Te ví y me perdí .Necesitaba esa isla desierta. Hablaríamos de lo de siempre, esta vez sin ropa aunque aquella camisa te quedara tan bien. La noche crecía como la flor subterránea del deseo. Atrás quedaron soledades inútiles, y lágrimas que no desembocaban en mar abierto. Tantas letras que juntábamos sin querer. Cuántas horas de sueño robadas al borde de tu boca. Las lista de canciones perdidas que aprendía cada mañnan entre olas prohibidas con playas inventadas donde la arena no era lo que importaba. Noctiluca es una especie de ameba que da luz y en el Cono Sur cuando los días se acaban y se iluminan de esta manera, las gentes sueñan, y hablan de noches de noctiluca.

Unos temblores que supimos reconocer a tiempo y tu ropa cambiaba de lugar. El sismógrafo de la madrugrada de nuevo averiado. Pregúntale a tus tacones, quizá tengan la receta precisa. Sólo entiendo tus manos como espadas, y tu cama como un ring de boxeo. Dónde tu te pierdas que me encuentren a mí. No hay final mejor que aquel que no acaba, sigo sumergido en aquel beso.

domingo, 10 de abril de 2011

Cae la tarde


Cae la tarde. Te espero impaciente. No es ninguna novedad. El sol desmonta la cama y el cuaderno suda de la emoción. O de los nervios quién sabe. Las sábanas vuelan por la habitación adictas a tus maneras. Recuerdan las huellas de una noche mojada por los sueños de siempre que todavía hoy ocupan la cartelera de estrenos de la semana. La gente ya habla de taquillazo. Siempre es todavía en esta casa. El reggaeaton se confude con un programa nocturno de deportes. Baja el volumen, acércate, media vuelta y ... El reloj-despertador, algo adelantado habla. 3.00 a.m. Tu espalda, desnuda y eléctrica me devuelve al camino. Los pies, danza prohibida en silencio. Las manos, siempre abrazadas, despistan a los únicos pájaros que saben cuándo amanece. Tu ríes, disfruto y silbo en la escalera, al sur de tu ombligo, allá dónde se cruzan los caminos...

La ventana de la habitación siempre estuvo abierta aunque de primeras se viera el cartel del cementerio. No tiene nada que ver. Algo más a la derecha se encuentra la Cuesta de las Garrapatas. La que acaba en unos cielos que invitan a perderse entre horizontes de acuarela, alarmados por el coral y el color de la alegría. Buen sitio dónde aparcar la brújula absurda de la prisa, la que tanto nos aleja de la Utopía. Imprescindible estar enamorado para andar por ella. Aviso. Existe un detector camuflado entre las figuras de tetris que separan la calzada del carril bici. Desconozco a qué castigo someten a los solitarios que lo intentan. No entiendan esto como un prospecto pero más vale avisar. La pendiente lo exige. En esta calle los perros se sienten orgullosos de sus compañeros de viaje. A veces Cleopatra me lo demuestra . Me riza los cordones de las zapatillas. Se siente como Romario y regatea los pasos que tú y yo vamos trazando. Gime tímida, revolotea entre los bancos de piedra. Es una manera bastante poética de sonreir. Es una de esas compañeras inconfesables. Siempre trae buenos consejos con los que llegar a fin de mes un poco más suelto, buena estratega, me asesora para conquistar a su dueña, compañera de siestas entre poetas malditos y puertas entornadas. Y tan agradecida siempre.

Cae la tarde. Cleo avisa. Los cielos de Salamanca desconocen la próxima huída. El abrigo encuentra sitio en el armario. El cepillo de dientes planea nueva pasta. Cleo me pide audiencia, y la Cuesta nos espera.

Nos ocupamos del mar, y ella mientras riega lo escondido.
Guau, palabra de amigo, amiga.

miércoles, 6 de abril de 2011

Las calles están ardiendo

Y de nuevo en primavera. Se desnudan las calles, los naranjos comienzan a contar verdades, el barrio se llena de escotes,la gente se resiste a cruzar los portales. Se intesifica el tráfico en el Parque del Oeste de intrépidos carricoches, de motos a pedales capitaneadas por enanos adictos a los colores de abril. La cerveza comienza a ver la luz en los jardines de la Facultad, el Club Rabat conserva la flor del mediodía, a los apuntes se le olvidan los borrones, incluso se divisan ciertos plannig de exámenes a la vista, las uñas de las manos pierden enteros, los libros de Derecho se amontonan en el escritorio junto con los de Historia pero no tapan, jamás, esa foto con la que tu pelo desataba el viento ... y mis días crecen a la velocidad de tu sonrisa.
Abril siempre supo a esperanza. Creo que es el único mes que necesito esperar con bendita ansiedad. Cada abril es una bocanada de ilusiones, de rabia precisa para compartir sueños. Esa sensación de ver el borde, la orilla, la esquina de algo bueno que vendrá. Quizá porque sea la antesala del verano o simplemente porque sea abril, no hay más. Es isla perdida para optimistas y pesimistas, sólo hay que mirar los periódicos, verle la cara a Rajoy o Zp, a la tribu del FMI, o a los canallas de TeleMadrid, no hay más.


El frío ya no golpea en la noche pero el semáforo en ámbar me recuerda que todavía, incluso en abril, Marc, mi vecino, hace la ronda por los supermercados de Chamberí para ver si pilla algo caducado. Compra pan de dos días por 10 centimos porque invierte sus ahorros en suelas de zapato, experto en las colas del INEM, y en detectar a mil kilómetros la misma invitación: "Deje aquí su curriculim, ya le llamaremos". Patrick sigue sin vender una "Farola" pero su sonrisa abre todas las mañana la calle Gaztambide, y hoy no estrenará ropa. Abril también tiene sombras. Y hay que aprender de ellas mientras tarareo la lista de sueños por cumplir. Y por aquí, se huele a ti, no hay más.