Noches para volver las miradas a los pasados, y tú ya no sabes de rosas, ni de vinos, ni de perfumes, ni de fotos de Paris, ya no quieres más que huir, y gritar, y tirarte en aquellos brazos oxidados y dormirte en llanto y dolor, dejarme olvidado bajo la cama, o sobre un colchón. Odias, y maldices la suerte, mis ojos, mis sonrisas, y solo quieres escapar, y envenenar el agua, y la luz, las raíces de este amor inevitable, de garabato.
Noches para emborracharse tragos de lagrimas rojas, y la neblina que cubre las calles vacías, los faroles que parecen esperarnos en cada esquina, y tu, corres por las avenidas corre la sangre, el alma, buscas alguna nueva mirada, alguna nueva salida, laberintos oscuros y fríos, la maldición de los malditos días.
Noches de olvido, quemando cartas, y fotografías, dejando en los rincones de los bares la vida, y afuera tu solo quieres encontrar silencios que te logren ayudar, almas caritativas, luces encendidas, y algú que otro abrazo que te recuerde que aun estas viva , bajo noches perpetuas, bajo noches vacías, noches que dan impresiones suicidas, soledades abiertas, amores que duermen con tu cobardía.
La luna se puede tomar a cucharadas o como una cápsula cada dos horas. Es buena como hipnótico y sedante y también alivia a los que se han intoxicado de filosofía. Un pedazo de luna en el bolsillo es mejor amuleto que la pata de conejo: sirve para encontrar a quien se ama, para ser rico sin que lo sepa nadie y para alejar a los médicos y las clínicas. Se puede dar de postre a los niños cuando no se han dormido, y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos ayudan a bien morir.
Pon una hoja tierna de la luna debajo de tu almohada y mirarás lo que quieras ver. Lleva siempre un frasquito del aire de la luna para cuando te ahogues, y dale la llave de la luna a los presos y a los desencantados. Para los condenados a muerte y para los condenados a vida no hay mejor estimulante que la luna en dosis precisas y controladas.
El misterio que se ha ido tejiendo alrededor de Sergiusz Piasecki tiene, como toda leyenda, algo de falso, pero quizá sirva para rescatar a este autor de algo más injusto: el olvido. Esa vida fue, para decirlo módicamente, singular. Piasecki nació, según algunas versiones, en 1899, y según otras en 1901 en Lachowicze, Lituania, por entonces partedel sector noroccidental del imperio ruso (hoy en Belarús). Su madre era belaruso y su padre, polaco. Rápidamente, regresó a su tierra natal y se enroló en la división lituano-belarusa del ejército polaco, en lucha contra el incipiente poder soviético. Sus reseñas biográficas aportan datos contradictorios sobre su militancia. Algunas dicen que desde 1922 hasta alrededor de 1926 Piasecki cambió de bando y comenzó a trabajar para los servicios de inteligencia comunista y otras lo niegan -lo que demuestra, en cualquier caso, que era un buen agente secreto-, pero todas coinciden en que sus aportes no fueron suficientes para atemperar su tendencia natural al bandidaje y al crimen, vocación que le valió ser condenado a muerte. La historia del arte le debe mucho a la casualidad: gracias a la infidencia de los carceleros, los manuscritos de Piasecki llegaron a manos del novelista polaco Melchor Wankowicz, quien, entusiasmado, ayudó a publicar el libro en 1937. El éxito fue tan grande que los admiradores de Piasecki se organizaron para reclamar que fuera puesto en libertad. En la nueva edición en español de El enamorado de la Osa Mayor , la primera vertida directamente del polaco, se dice que desde la liberación se perdió toda pista del autor y que es probable que en 1946 se haya trasladado a Inglaterra, donde quizás haya muerto en 1964. Pero no hay razón para poner en condicional esos datos. No solo quedan testimonios fotográficos de Piasecki en Londres, sino que allí vieron la luz otros libros suyos como Memorias de un oficial del Ejército Rojo y Nadie se salva . Esa distancia y ese enorme olvido le dan a la presentación actual el sabor del descubrimiento. Aunque El enamorado de la Osa Mayor aparece descripta como una "novela pura de acción", es mucho más que eso. Ciertamente, Piasecki no pierde tiempo en descripciones y pinta con trazos fuertes los bosques, lagos, alambradas, valles y ciénagas que dan marco a las decenas de expediciones de contrabando en las que el protagonista, Wladek, solo o con sus compinches, lleva y trae todo tipo de mercaderías a través de la línea divisoria, desafiando a los delatores y a la muerte siempre al acecho, entre la noche y la neblina, desde la boca de los fusiles de los gendarmes. El vigor de Piasecki no excluye la poesía, como se ve en este párrafo que sintetiza el clima de la obra: "Vivíamos como reyes. Bebíamos vodka a chorros. Nos amaban muchachas hermosas. No reparábamos en gastos. Pagábamos con oro, plata y dólares. Lo pagábamos todo: el vodka y la música. El amor lo pagábamos con amor, y el odio con odio". Wladek se siente morir cuando el paréntesis entre una excursión y otra es demasiado largo. Perdido en el camino de regreso, solo puede confiar en el revólver que ha cargado muchas veces, y en las estrellas, sobre todo en las que dibujan la constelación de la Osa, que le indican adónde debe dirigirse y a las que nombra como a novias: Eva, Irene, Sofía, María, Helena, Lidia y Leonia. Los amigos desertan, son capturados, mueren. Las amantes de la vida real son reconfortantes, pero efímeras. A Fela, el amor imposible, es necesario contemplarla en secreto. Ciertas coincidencias hacen que sea fácil asociar a Piasecki con un antecesor ilustre: Joseph Conrad. Como Piasecki, Conrad también arrastra la categoría de autor polaco, pese a haber nacido en Berdyczow, Ucrania; como él, vivió en la realidad muchas de las tramas de sus propias novelas, y, como él, también se estableció en Inglaterra. En ambos se respira un aire de acción y libertad que, en el caso de Piasecki, llega todavía más lejos. En la frontera que permanentementeviola el narrador en primera persona de El enamorado de la Osa Mayor se intuye un símbolo. El bien y el mal le son ajenos. Y vuelve a su templo natural, solo, en lucha contra todos. Desafía a los soldados y despluma a sus propios colegas. Muchas actúa sin medida. Otras veces es demasiado frío e indiferente. Y sin embargo hay algo de fascinante en estas páginas. Hay, además, entretenimiento asegurado, pues los episodios de aventuras se suceden sin pausa. Una advertencia sobre la traducción: es preciso pasar sobre una gran cantidad de palabras del slang patibulario español, desconocidas o inusuales para el público argentino y bien distintas del lunfardo autóctono, que le caería como anillo al dedo a El enamorado de la Osa Mayor . Expresiones y giros a veces difíciles de descifrar dejan de fastidiar apenas uno queda atrapado, irremediablemente, por lo que palpita en la novela.