martes, 3 de abril de 2012

Caminos




Pasan las estaciones, y las hojas de los días bailan en el calendario. Pasan por el filo, tímidas, inventadas por un ritmo diferente a lo que hasta ahora conocíamos. Cerca del Sur, la sombra de los héroes invisibles se confunden con la cera caída, los coches mal aparcados y las primeras cabelleras que suben la persiana a los bares de La Otra Cieza. La cara B palpitante arrincona historias como estrellas perdidas en un tiempo que olvida al estirarse en la calle. Falsos dioses, mujeres endiosadas, ex-albañiles de la testoterona, y anónimos que son los más parecido a esos dioses que ya no creen en nosotros. Estrellas, caminos, huellas, cuestas, cruce de caminos.

Hasta que cae el mediodía, la vida no vuelve a las orillas. Para muchos la hora del café es el espacio irreductible dónde a diario continúan con su novela imaginaria. Tan necesaria para permanecer a flote. Diez mil raleas. Y allí están. En solitario y apoyados por el humo de un cigarro, conversaciones solitarias y fecundas que se leen en los ojos, a veces  necesitan doblaje; otras de amigos que dejaron de serlo y jamás se negarán un abrazo; otros..con desconocidos que todavía viven en casa, ya sólo comparten la hipoteca. Siempre pagan por separado.

Al entra en un Café, uno siempre se encuentra con las fotografías que todos llevamos a cuestas. Fotografías, recuerdos que pesan demasiado aunque puedas guardar los cincos continentes de un cuerpo de mujer en una noche. A pesar de que la realidad  separe la luz con que nuestra memoria confunde ciertos colores, hay maneras de brillar que nadie sabe dónde se aprenden. Hay miradas que cruzan el tiempo, y donde se leen grandes historias. Porque las grandes historias están siempre escondidas.

Al final de esta barra de mármol, la única que queda, y puede que quizá por estas fechas, un grupo de chicas, manos de última generación y miradas 3G, regalan al tendido las curvas de la noche anterior, no quedan secretos de alcoba. Y qué importa. Repletas de abalorios diseñados en la última de La Guerra de la Galaxias, y en chandal con la marca deportiva tatuada a fuego, crucifican a su camada de  amantes. Ellos por fin huyen sin ropa, se largan en la moto hacia nueva llanuras, locos de Venus inéditos.  Conversaciones que desintegran el átomo de la intimidad en un segundo. 
Más cerca, se mofan al imaginar la vida del viejito que esconde sus días a solas en el períodico que lee sobre las 4 de la tarde. Qué más da en qué gaste las últimas pagas de Francia.
Demasiada violencia entre sus piercings labiales. Santifican maneras que las devuelven a siglos pasados. Ellas se quejan de su alcalde a través del Gran Hermano. Y con todo ello, fuman, y beben, y ríen a través de esos aparatos que jamás confesarían lo solas que están sus vidas, y las playas de letras, de habitaciones a oscuras y de callejones sin salida, que las hojas caprichosas de los días guardaban para cada una de ellas. El monocromo de sus miradas, el invierno de la oscuridad.
Así es imposible ver el mar. Benditas sean las huídas hacia ninguna parte. Me acerqué a Pedro, el viejito del rincón. Un viejo notario con la mejor colección de postales posible. Era curioso, en su habitación, tenía fotografías de todas sus amantes. Tenía cierta obsesión por las entradas en carnes. O al menos eso decía. Lo pensaba ofendido pero todo lo contrario. Camuflado  entre su periódico, estudiaba los caminos que todavía le quedaban por recorrer. Gracias a esas conchas chapadas en oro malo, esos moños alquitranados, se alegró de no pisar la misma senda de aquellas muchachas. Cruce de caminos. Él ya no necesitaba intermitente. Su vida ya no era ningún atajo. 


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Grande!1 me encanta!! un abrazo. Menchi

Anónimo dijo...

Grande!! me encanta. un abrazo. Menchi

Anónimo dijo...

Escriba. No pare.

Anónimo dijo...

Pero ¿no te fuistes con niguna?