sábado, 10 de mayo de 2008

No me preguntes, ni sé qué hice









En lo íntimo de lo estético guarece la esencia primitiva de cualquier oda a la libertad, el próximo canto a la esperanza, o de tu maldita postura en este, nuestro y lejano atardecer. Es triste que en estos tiempos, además de deshumano, clamar al olvido con esa vana acritud que demasiados pretenden justificar. La risa se tornó en un llanto oscuro, hasta a veces casi perverso. La alegría ya no campa a sus anchas en los vastos prados de la sabiduría indefinida, sin acotaciones pero necesaria. Aquella llama de rebeldía que perseguía otros mundos mejores en ese París coloreado de adoquines, todavía hoy recuerda la esperanza crucial que, a trancas y/o barrancas nos ayudará a redefinir nuestros pasos. Por mucho que ciertos dimensionistas perdidos en el presente prediquen de la dudosa transcendencia, de la coloridad de aquellos días, tu y yo, seguiremos firmes porque, aunque no lo creas a ciencia cierta, sentimos la senda cada vez más profunda, musicalizada por las buenas ideas, por tantas historias que reposan en nuestra mesilla. Versos olvidados y enigmáticos acordes que dibujan estos mil atardeceres cargados de letras desordenadas, de causales, de amores impávidos al olvido, donde Platón usa la pluma de Bukowky, y tú no te atreves a reducir este poliedro inacabado. Hoy, donde explorar tu esfera oculta se presenta como el viaje más virginal, estaremos en guardia como Gelman, o eternizando el enésimo deseo. Sin más pero, por supuesto, si nada menos, tan cerca pero una pizca lejos. Rebeldía frente a la hipocresía.

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